martes, 2 de enero de 2007

Oralidad en El Salvador 1

El brujo Anastasio Aquino

Según cuentan algunas personas, cuando Aquino venía huyendo con su comitiva después de luchar con el Batallón de los Soldados del Gobierno, nunca podían alcanzarlo porque antes de llegar a la cueva, hay una poza que llaman “El Salto”, ahí los cipotes acostumbraban ir a bañarse después que vienen de trabajar.
Dicen que esa poza es encantada porque Aquino se hundía ahí y venía a salir por el Río Jiboa. Mucha gente dice que este indio era brujo porque se aparecía y desaparecía sin que sus enemigos se dieran cuenta; cuando acordaban ya lo tenían enfrente y les decía a sus valientes muchachos:

-Cien abajo y cien arriba, y los demás al centro.

Y así acababa con sus enemigos. Es que este indio era rejodido. Hacía loquiar hasta al más vivo; todos esos cerros se los anduvo y los conocía como la palma de su mano. ¡Cómo hallaban al condenado! si la casa de él era el Cerro el Tacuazín, donde tenía su armamento y las cosas de valor, pero también anduvo por los cerros La Campana, El Pleito y La Casa Peña. Dicen que sabía una senda secreta que sólo él conocía, que iba a dar directo a la Hacienda Jalponguita, donde había sido esclavo. También pasaba por un camino subterráneo que iba a dar derecho a San Vicente.
¡Ah…si el indio era astuto! ¡Por eso dicen que era brujo!…tanto así que sus enemigos no lo veían y pasaban a la par de él. Como que era invisible.
Al indio ¡sí lo agarraron, porque le hicieron bien hechita la cama! Dicen que un compadre de él lo vendió, así como Judas vendió a Cristo. Y esa fue su desgracia.

Informante: Anónimo. Santiago Nonualco, La Paz
Tomado de "Oraliteratura de El Salvador. Antología narrativa oral popular" Luis Melgar Brizuela (compilador)

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