miércoles, 17 de septiembre de 2008

Afrenta a los acuerdos de paz

EDITORIAL
Tomado de El Faro
cartas@elfaro.net

El show del candidato de ARENA frente a veteranos del ejército, el pasado fin de semana, hubiera quedado para el anecdotario de una campaña que hasta ahora ha sido más mediática que de contenidos, de no ser porque Rodrigo Ávila decidió meterse a un callejón muy peligroso.
Su discurso pudo haber sido pensado para arengar a un sector que, después de haber abusado del poder casi ilimitado del que gozaba en los años ochenta, ahora se siente marginado de la vida nacional, olvidado y despreciado. Con los Acuerdos de Paz y su consecuente salida del poder y la vida pública, los militares miembros de la tristemente célebre Tandona terminaron perdiendo los privilegios de una clase dominante, inmune a la justicia y temida por la mayoría de la población.
La salida de muchos de esos hombres -ante los que orgullosamente se cuadró el candidato a la presidencia por el partido de gobierno- y la consecuente reforma a la Fuerza Armada fueron necesarias para terminar con la guerra.
Ante ellos, la semana pasada, Ávila no sólo recordó sus tiempos como miembro de las también tristemente célebres Defensas Civiles Patrióticas, sino que dirigió el discurso más grave del que se tenga memoria desde aquel feliz 16 de enero de 1992. Un discurso ante el que no cabe más que la alarma y la indignación. La de todos, comenzando por los hombres de su propio partido que hicieron incontables esfuerzos para alcanzar la paz como los ex presidentes Alfredo Cristiani y Armando Calderón Sol o como su propio asesor de campaña Óscar Santamaría.
Rodrigo Ávila ha tenido la osadía de invitar al Ejército a violar sus preceptos constitucionales, a traicionar los Acuerdos de Paz, a involucrarse directamente en un proceso electoral y a evitar un eventual triunfo del FMLN (la ex guerrilla convertida en partido político a partir de ese acuerdo de 1992, según el cual quedó abierta la vía democrática para alcanzar el poder y quedó cerrada la participación de la fuerza armada en la vida política y, con ambas, terminaron las razones para continuar la guerra).
El único antecedente de este tipo, en nuestros 16 años de democracia, fue el discurso del presidente Saca al Ejército en mayo de 2007, en el que, tras homenajear al coronel Domingo Monterrosa (el de la masacre de El Mozote), advirtió a los uniformados sobre los riesgos "que surgen de las nuevas olas populistas", alabó su labor contra "la agresión comunista" y los instó a que defendieran a la patria de "ideologías extrañas". Si eso ya era una afrenta a los acuerdos de paz, el discurso de Ávila el pasado fin de semana, acaso planificado por los mismos asesores que aconsejaron a Saca hace un año, se ha convertido en una verdadera amenaza.
Después de declarar que el FMLN tiene como objetivo hacer de El Salvador un país comunista, Ávila dijo que, desde 1932, la barrera contra el comunismo ha sido y será la Fuerza Armada. Acto seguido, para sellar la provocación, aseguró que el FMLN siempre ha tenido como objetivo destruir al Ejército. Eso dijo no durante la ofensiva de 1989 cuando se integró a las Defensas Civiles; sino en 2008, siendo candidato a la presidencia de ARENA y cuando prácticamente todas las fuerzas políticas y sociales hablan de la urgente necesidad de pasar la página de los acuerdos de paz y emprender un nuevo pacto que le dé viabilidad al futuro de la nación; pensando que, tres lustros después, todo lo firmado en Chapultepec está garantizado.
El poder y el liderazgo implican necesariamente responsabilidad. Cuando alguien con poder lo ejercita sin responsabilidad, se convierte en un tirano o en un torpe.
Durante sus dos periodos como jefe de la policía, a pesar de los problemas que Ávila enfrentó, destacó siempre como la voz disonante entre aquellos que pretendían poner a la PNC al servicio del partido de gobierno. Se jactaba de trabajar en coordinación con alcaldías gobernadas por el FMLN y de dialogar con todos para evitar que la polarización del sistema político restara eficiencia al combate al crimen.
Durante su último año como director de la PNC, Ávila dijo a este periódico en mayo de 2007: "A mí me regañaron (en ARENA) que por qué andaba con los del Frente, con la alcaldesa (Violeta Menjívar). Ah, chis, si es mi alcaldesa. Igual que el presidente Saca es el presidente de todos. Mientras no nos desintoxiquemos de esa postura extremadamente polarizada, muy poco vamos a poder hacer".
Ese era, hace apenas poco más de un año, el discurso de Ávila. Ahora, convertido en candidato, sus palabras no sólo van en sentido contrario, sino que reflejan una gran irresponsabilidad con la historia y, sobre todo, con el futuro de esta nación. Son una amenaza grave al Estado de Derecho y eso nos atañe a todos, trátese de torpeza o de tiranía.
Uno de los grandes logros de los Acuerdos de Paz, la separación del Ejército de la vida política nacional, ha sido puesto en riesgo por invitación del candidato.
Al Ejército se le ha reconocido, unánimemente, su disciplina para asumir los nuevos tiempos, su profesionalización y su valor como institución nacional. Hoy es urgente que la Fuerza Armada refrende ese proceso con inequívocas declaraciones de honor a su mandato constitucional y de denuncia ante cualquier intento de traicionarlo. Trátese de torpeza, o de tiranía.

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